Era domingo por la tarde. El cielo grisáceo amenazaba lluvia. Me senté en el sofá y antes de que pudiera encender la televisión, me encontré sumida en un fantástico sueño. A lo lejos aparecía la figura de un chico que cuanto más se acercaba, tanto más me impresionaba.
Su cabello marrón de otoño y su piel color canela eran el marco perfecto para unos labios carnosos y unos ojos de mirada dulce como la miel. Su figura atlética me hacía suponer que dedicaba tiempo al deporte. ¡Esto le hacía muy interesante! Su altura y su delgadez hacían que sus pasos fueran como los de un cervatillo que corretea por una pradera.
De repente me desperté sobresaltada. ¡Qué pena! Mi chico ideal desaparecía de mi mente. Volví a cerrar los ojos e intenté pensar cuáles serían sus rasgos de carácter.
Entre ellos sería importante la comprensión y que me aceptara tal y como soy, con mis virtudes y con mis fallos. También me gustaría que nos divirtiéramos, que nos riéramos y pasáramos ratos agradables juntos en los que no faltara la conversación. Además la sinceridad sería necesaria para que la magia que surgió al ver su físico siguiera encendida. Para que la llama siguiera creciendo sería interesante que no faltaran los detalles y la pasión.
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