Cuando
era pequeño, era un iluso. Creía en el Ratoncito Pérez, admiraba
al Olentzero y me entusiasmaban los regalos que me hacían los Reyes
Magos. Vivía muy feliz creyendo en ellos.
Todavía
tengo un recuerdo muy grato que espero no olvidar en toda la vida.
Cuando tenía seis años, la noche en la que debía venir el
Olentzero era muy fría y ventosa. De madurgada, me levanté y me
encontré una caja gigante en el pasillo al lado del árbol de
navidad. Intenté guardar el secreto hasta la mañana siguiente, pero
como es normal a esa edad, era un niño muy curioso y decidí
abrirlo. En aquella caja se escondía un tractor muy grande de
pedales (era como una bicicleta, pero este tenía un volante para
conducir, palancas y cuatro ruedas). En aquel momento pensé que el
Olentzero había creado un tractor único para mí.
El
otro recuerdo que ronda ahora mismo por mi cabeza, es el día en que
vi los regalos en el armario de mis padres, la tarde en la que se
destruyó la ilusión y maduré en algún sentido.
Por
todas estas experiencias que he vivido a lo largo de mi juventud,
creo que los padres no deberían contarles este secreto a sus hijos
antes de que lo descubran por sí solos. En mi opinión sería
destrozarles una ilusión que no volverán a tener en la vida.
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